—En mi juventud me tocó ver y actuar en un acontecimiento singular y terrible que tuvo por escenario las inmediaciones del antiguo Chuculito —no quiero mentar su nombre actual—, gran lago del Perú y Bolivia. Fue aquello durante el carnaval de 18…
Yo ya soy viejo y han pasado muchos años desde entonces, pero aun ahora, no puedo ver una mascarada sin estremecerme por el recuerdo de aquel horror…
Sé que aquello sucedió, sé que no es un sueño, pero también los sueños «suceden» y el alma anda entre sueños. Si quisiera hacer una evocación rápida y sintética, para mí mismo, como un «aguafuerte», pondría sombras, trazos de luz como gritos desesperados, vapores de alcohol y de narcóticos, un chisporroteo, una ancha risa diabólica…
El que así había hablado era Mr. Cunningham, hombre huesudo y recio, de facciones enérgicas, pero que tenía una actitud meditabunda y esos ojos forma almendra, algo oblicuos y soñadores de algunos ingleses. Tomó el vaso de cerveza entre sus dedos largos y hábiles y empezó a hacer girar circularmente el resto del líquido que quedaba para ver si hacía espuma. Como no la hiciera, apartó el vaso y pidió al mozo whisky añejo, de ese del norte de Escocia, que pone elocuentes hasta a los mismos ingleses. Se sirvió una buena porción con poca soda, para avivar los recuerdos, según decía, y a lostres amigos que lo escuchábamos silenciosos, en ese café también silencioso (¡qué suerte!) nos contó lo siguiente:
—Yo era joven —dijo—, tenía veinticuatro años; era en los tiempos en que la Compañía de Londres me envió a Sud América, ¡oh, sí! Compañía que explotaba productos medicinales. Mi padre estaba en ella como director, y yo, muchacho activo, hábil de manos y no tan sonso, ¡no sonso!, parece que les gusté para venir a América. Mi misión era por el norte, el trópico. Se trataba de algo nuevo, pero no complicado. ¡Oh, no complicado, pero muy bien pensado!… ¿Ustedes conocen el árbol de la coca, no?, es oriundo del Perú y de esos lugares. Todos los indios, y otras gentes más que no son indios, peruanos y bolivianos, mascan la coca. ¿Nunca vieron? Le ponen un poco de cenicita o potasa para que largue más, y mascan, mascan. La Compañía de Londres vio eso de los arbolitos y dijo: aquí hay ganancia. ¿Quién fue el de la idea? Oh, nunca se sabe quién tiene las ideas. Me enviaron a mí para trasplantar el árbol de la coca a una colonia inglesa. Yo era hijo de arboricultores. Yo hice lo que había que hacer. Los peruanos y bolivianos discutían el presupuesto, los impuestos, las rentas públicas y quién ocuparía el gobierno. Esta, la de gobernar, es industria de veinte países sudamericanos… Yo me llevaba del Perú y Bolivia varios miles de plantitas de la coca para aclimatarlas en colonias inglesas. No pasó mucho, no mucho, que nosotros en Inglaterra nos apoderamos del mercado mundial de cocaína. Pero sudamericanos aumentan presupuesto, piden plata a ingleses y se muestran los dientes y sables porque no tienen riqueza y el presupuesto anda mal por muchos militares y políticos que tienen muchas ideas de gobierno y finanzas y para aplicarlos hacen revoluciones…