Vivía en Buenos Aires una viudita con sus tres hijos, en el año 2018. Arruinados por la crisis, se instalaron primero en una casa tomada en el barrio de Barracas y luego en una casilla de chapa frente al Riachuelo, subiendo por la calle Perdriel. Cuando la mujer se supo enferma terminal, quiso repartir entre sus tres hijos adolescentes sus pocas pertenencias: al mayor le dejó un sillón de su bisabuela, al del medio, su colchón de la época en que vivía el esposo, y al más chiquito una gatita.
Al recibir la herencia, y viéndose obligados a abandonar la casilla por falta de pago, el mayor vendió el sillón en un mercado de pulgas y se hizo de unos cuantos pesos que le sirvieron para alquilarse una pieza en Constitución, el del medio sacó el colchón a la calle y con algunos cartones se armó una vivienda provisoria debajo del puente, y el más chiquito miró a la gatita y dijo con indignación:
–¿Qué hago yo con esta miserable gata a la que encima tengo que alimentar?
Era ésta, sin embargo, una gata mágica. Al ver que el joven lloraba desconsoladamente, le dijo:
–Dame tus botas, Fortunato, para que pueda moverme en el yuyal, y yo te haré rico.