Paul no supo casi nada de su padre hasta que encontró la caja de fotografías en el desván. Desde aquel momento se dedicó a mirarlas de día y de noche, y cada vez que Ethel, su madre, hablaba por teléfono con Edith Gainesworm. Asombrado, contemplaba a su padre en las diferentes fases de su vida: primero, como un niño de su edad, luego como un joven, finalmente, antes de morir, vestido con el uniforme del Ejército.
Ethel siempre se había referido a él como tu padre, y ahora las fotografías lo mostraban bajo un aspecto muy distinto del que se había imaginado.
Ethel nunca habló con Paul acerca de por qué había venido enfermo de la escuela, y al principio fingió no saber que había encontrado las fotografías. Pero le decía a Edith Gainesworth por teléfono todo lo que ella pensaba y sentía por él; y Paul escuchaba todas las conversaciones desde su escondite en la escalera de servicio, donde se sentaba para mirar las fotografías, que había trasladado de la vieja caja de zapatos donde las encontró a dos grandes y limpias cajas de bombones.
—Seguro que no conoces a un muchacho enfermo como él, que le dé por las fotografías —dijo Ethel a Edith Gainesworm—. En vez de juguetes o pelotas, viejas fotografías. Y eso que apenas si le he contado nada acerca de su padre.