No suele ocurrir que gente común y corriente, como John y yo, pueda habitar antiguas mansiones durante el verano.
Una residencia colonial, una finca heredada; es más, podría decirse que es una casa encantada y llegar al colmo de la felicidad romántica, ¡pero eso sería pedirle demasiado a la suerte!
Sigo pensando con orgullo que en esta casa hay algo raro.
Si no, ¿por qué la rentaban tan barata, y por qué había permanecido tanto tiempo sin ser alquilada?
John se ríe de mí por supuesto, pero eso es de esperar en cualquier matrimonio.
John es excesivamente práctico. No le tiene paciencia a la fe, manifiesta un intenso horror frente a la superstición y se burla abiertamente de cualquier charla que trate sobre cosas que no se palpen, vean o traduzcan en cifras.
John es médico y quizá (no debiera confesarlo a nadie, pero se lo confío a un papel inerte, cosa que me tranquiliza), quizá esa sea una de las razones por las que no logro mejorar más rápido.
¡No ven que no quiere creer que estoy enferma!
¿Qué puede uno hacer?
Si un médico muy famoso, que es además el marido de uno, les asegura a todos, tanto a amigos como a parientes, que uno padece una simple y pasajera depresión nerviosa —una leve tendencia a la histeria— ¿qué puede uno hacer?
Mi hermano, también médico y también célebre, piensa lo mismo que mi marido.
Por eso tomo fosfatos o fosfitos —lo que quiera que sean—, y tónicos y paseos y aire y ejercicio y se me ha prohibido terminantemente que «trabaje», hasta que mejore.
Personalmente, discrepo de sus ideas.
Personalmente, pienso que si tuviera un trabajo agradable, excitante y novedoso, me sentiría mejor.
Pero ¿qué puede uno hacer?
Escribo a pesar suyo, pero me agota en exceso hacerlo a hurtadillas o enfrentarme a una fuerte oposición.
A veces se me ocurre que en mi condición nerviosa si no tuviera tanta oposición y más compañía y más estímulos… pero John asegura que lo peor que me puede pasar es pensar en mi salud; debo confesar que siempre me hace sentir mal (aunque no hacerlo me perjudica mucho más).
Por eso cambio de tema y hablo sobre la casa.
¡Qué lugar tan hermoso! Es solitario, alejado de la carretera, a casi tres millas del pueblo. Me recuerda las viejas mansiones inglesas sobre las que tanto se escribe, con sus muros, setos y rejas que separan y muchas casitas desperdigadas para uso de los jardineros y la gente.
¡Hay un jardín delicioso! Nunca antes había visto un jardín como este, ancho y sombreado, con varios arriates y bordeado de pérgolas coronadas de viñas y bancas para descansar.
Hay también invernaderos, ya dilapidados.
He oído que hubo problemas legales con los herederos o los coherederos: de cualquier forma, el lugar ha estado deshabitado durante largo tiempo.
Y aunque temo que eso estropee mis fantasmagorías, no me importa, hay algo extraño en esta casa, puedo sentirlo.
Una noche de luna hasta se lo comenté a John, pero me contestó que era sólo una corriente de aire y cerró la ventana.
Suelo enojarme de manera irracional con él. Estoy segura de que antes no era yo tan susceptible. Quizá se deba a esta condición nerviosa.
John piensa que si me dejo llevar por lo que siento no me controlaré lo suficiente; por eso hago esfuerzos para controlarme, por lo menos delante de él, lo que me provoca un gran cansancio.
Nuestra habitación me disgusta sobremanera. Hubiera preferido una que está en la planta baja y da sobre el pórtico; alrededor de la ventana crecen rosas y ¡las anticuadas cortinas de percal son deliciosas!, pero John no ha querido ni oír hablar de esa posibilidad.
Adujo que sólo tenía una ventana, poco espacio para colocar dos camas, y ninguna habitación cercana por si tenía ganas de utilizarla.
Se porta muy amable y cariñoso conmigo y casi no me deja mover si no es bajo su dirección.
Ha trazado rigurosamente mis horarios. Me evita cualquier problema, por eso me siento mezquina y desagradecida por no apreciarlo como debiera.
Dice que sólo ha venido aquí por mí, para que descanse y tome todo el aire que necesito. «Puedes hacer ejercicio si tienes fuerzas, querida —me dijo—, y la comida depende más o menos de tu apetito, pero el aire puedes aprovecharlo todo el tiempo». Esa es la razón por la que ocupamos el cuarto que antes fuera de los niños, situado en la parte superior de la casa.
Es una habitación espaciosa, ventilada, llena de sol, ocupa casi todo el piso, tiene muchas ventanas desde las que se abarca gran parte del paisaje. Deduzco que al principio era la habitación destinada a los niños, luego, cuarto de juegos y gimnasio, las ventanas están protegidas con barrotes y hay argollas y cosas de ese tipo en las paredes.
A juzgar por la pintura y el papel tapiz parece que fueron usados cuando esta era una escuela para muchachos. El papel tapiz ha sido arrancado alrededor de la cabecera de la cama, hasta donde alcanza la vista, y allá abajo, al final del cuarto, hay un gran fragmento dañado. Nunca había visto un tapiz tan desagradable en mi vida.
Es uno de esos diseños extravagantes y extensos que atentan contra el más elemental sentido artístico.
Es lo bastante monótono como para que los ojos se confundan al seguirlo, lo suficientemente acentuado como para irritar e incitar a examinarlo; y si se siguen atentamente con los ojos sus torpes e inciertas curvas se advierte que de repente se suicidan, se precipitan en perspectivas atroces y se destruyen de la manera más contradictoria e inusitada.
El color es repelente, casi nauseabundo, un amarillo sucio y brillante, que se desvanece extrañamente a medida que se pone el sol.
Es un anaranjado sombrío aunque chillón a retazos y que, de pronto, adquiere una tonalidad sulfurosa y enfermiza.
¡Es lógico que los niños lo odiaran! Yo lo odiaría también si tuviera que permanecer mucho tiempo en esta habitación.
Viene llegando John, tengo que esconder esto, se altera mucho cuando me ve escribir.
***
Y a llevamos aquí dos semanas, y no había tenido muchas ganas de escribir, desde ese primer día.
Estoy sentada junto a la ventana en esta habitación atroz destinada a los niños, y no hay nada que impida mi escritura, excepto la falta de fuerzas.
John se pasa el día fuera y hasta algunas noches cuando tiene casos graves que atender.
¡Me alegra que mi caso no sea serio!
Pero estos problemas nerviosos producen una gran depresión.
John no sabe realmente cuánto estoy sufriendo. Sabe que no existe ninguna razón para que sufra y eso le basta.
Por supuesto que se trata solamente de mis nervios. ¡Me pesa tanto no poder hacer lo que debiera!
¡Deseaba serle muy útil a John, servirle de descanso, darle tranquilidad y aquí estoy convertida en un peso muerto!
Nadie creería el esfuerzo enorme que me cuesta hacer lo poco que hago, vestirme, recibir y ordenar algunas cosas.
¡Qué bueno que Mary sea tan buena con el bebé! ¡Qué bebé tan adorable!
Y sin embargo no puedo estar con él, me pone muy nerviosa.
Supongo que John nunca se ha sentido nervioso en toda su vida. Se burla mucho de mí cuando le hablo del tapiz amarillo.
Al principio pensó en retapizar el cuarto, pero luego dijo que estaba yo permitiendo que se apoderara de lo mejor de mí y que no hay nada más nefasto para un paciente que sufre de los nervios que dejarse llevar por sus fantasías.
Una vez que haya cambiado el tapiz, dijo, será la cama que es muy pesada, luego los barrotes de las ventanas o la reja de protección que está al final de las escaleras y así al infinito.
«Sabes que este lugar te sienta bien —me dijo—, y realmente, querida, sería absurdo renovar la casa si la hemos rentado sólo por tres meses».
«Entonces, mudémonos abajo —contesté—, hay cuartos tan hermosos en esa planta».
Entonces me abrazó, me dijo nombres tiernos, que era su querida conejita, y que si quería podríamos mudarnos hasta al sótano y de remate blanquear las paredes.
Pero tiene razón acerca de las camas, las venta nas y otras cosas.
Se trata de un cuarto ventilado y cómodo que satisface todos los deseos y, por supuesto, no voy a ser tan estúpida como para crearle problemas por un simple capricho.
Empiezo a encariñarme con este gran cuarto, si no fuera por ese horrible tapiz.
Puedo ver el jardín desde una de las ventanas, las pérgolas, profundamente sombreadas y misteriosas, las desenfrenadas y anticuadas flores, los ar bustos y los árboles retorcidos.
Desde otra de las ventanas gozo de una vista encantadora de la bahía y de un pequeño muelle privado que pertenece a la finca. Hay un sendero sombreado que baja desde la casa. Siempre me imagino que veo gente caminando por los numerosos caminos y pérgolas, pero John me ha advertido que no debo dejarme llevar por mis fantasías. Di ce que con mi poder de imaginación y mi tendencia a fabular se agravará mi condición nerviosa, me libraré a toda suerte de fantasías morbosas, por lo que debo usar mi voluntad y mi sentido común para contrarrestarlas. Trato de hacerlo.
Pienso que si por lo menos me sintiera bien para escribir un poco podría descargar la tensión nerviosa que este tropel de ideas me causa.
Pero la verdad es que me canso mucho cuando lo intento.
Me desanima no tener ningún apoyo o compañía para hacer mi trabajo. Dice John que cuando me ponga realmente bien, invitaremos al primo Henry y a Julia para que se queden una larga temporada aquí, pero que por lo pronto sería como poner fuegos de artificio debajo de mi almohada si permitiera que ahora me visite gente tan estimulante.
Me gustaría mejorar pronto.
Pero no debo pensar en ello. ¡Me da la impresión de que este papel se diera cuenta de la mala in fluencia que ejerce sobre mí!
Hay un lugar recurrente donde el diseño cuelga como si se le hubiera roto el cuello y dos ojos saltones lo miran a uno de manera desafiante y patas arriba.
Me da mucha rabia su impertinente persistencia. Esos ojos absurdos que nunca parpadean y que suben, bajan y se arrastran por todas partes. Hay un lugar en donde dos de los bordes no se ajustan y los ojos ascienden y descienden sobre la línea, uno un poco más alto que el otro.
Nunca antes había visto tanta intensidad en la mirada de un ser inanimado y bien sabemos cuán expresivos son. Cuando era niña, a menudo permanecía despierta: me aterrorizaba y me entretenía más que la mayoría de los niños en una juguetería si solamente contemplaba las paredes desnudas y los muebles comunes y corrientes.
Recuerdo perfectamente el amable guiño con que me miraban las perillas de nuestro grande y antiguo escritorio y había una silla que siempre me pareció un amigo protector.
Sentía que si algunas de las otras cosas me parecían demasiado temibles, siempre podía treparme a esa silla para sentirme a salvo.
El mobiliario de esta habitación es, para decir lo menos, poco armónico, tuvimos que subir todos los muebles de los cuartos de la planta baja. Me imagino que cuando se utilizaba como cuarto de juegos tuvieron que sacar los muebles infantiles ¡y no es sorprendente! Nunca he visto una habitación que haya sido tan deteriorada por los niños como esta.
Como antes dije, el tapiz está destruido en varias secciones: se adhieren entre sí aún más que si fueran hermanos: debieron haber tenido tanta perseverancia como odio.
El piso está rayado, además arrancado y astillado; el yeso mismo tiene agujeros por todas partes y esta gran cama pesada —lo único que encontramos aquí cuando llegamos— tiene el aspecto de haber sobrevivido a varias guerras.
Pero no me importa nada, sólo me importa el papel tapiz.
Ahí viene la hermana de John. ¡Es muy linda y se preocupa mucho por mí! No debo permitir que me descubra escribiendo.
Es un ama de casa perfecta y entusiasta y no desea tener ninguna otra profesión. ¡Cree, estoy segura, que es la escritura la que me ha hecho daño!
Pero puedo escribir cuando se va y mirarla desde la ventana cuando se aleja.
Una de las ventanas da sobre el camino, un camino largo, sinuoso y sombreado y otro que apenas mira hacia el campo. Hermosa región también, colmada de grandes olmos y pastos aterciopelados.
El tapiz tiene una especie de subtrama de diferente tonalidad, un color particularmente irritante, que sólo puede verse con cierta iluminación y no demasiado bien.
Pero en los lugares donde no está decolorado y cuando el sol lo ilumina se puede advertir una especie de informe figura extraña y provocativa que parece merodear detrás de la estúpida y llamativa trama de enfrente.
¡Ahí esta la cuñada subiendo las escaleras!
***
Bueno, ¡ya pasó el 4 de julio! Ya se fueron todos y estoy exhausta. John pensó que me haría bien ver alguna gente, por lo que estuvieron aquí mi madre, Nellie y los niños durante una semana.
No moví ni un dedo, por supuesto. Jennie se ocupa ahora de todo.
Pero de cualquier modo me cansé.
John dice que si no mejoro pronto, me mandará al sanatorio de Weir Mitchell en el otoño.
¡Pero no quiero ir allí. Una amiga estuvo en sus manos una vez y dice que ese médico se parece tanto a John como a mi hermano, pero que es aún más severo!
Además, es tan complicado viajar tan lejos.
No siento que valga la pena hacer ningún esfuerzo y me he vuelto excesivamente fastidiosa e inquieta.
Lloro por nada y lloro la mayor parte del tiempo.
Por supuesto que no lo hago cuando está John conmigo o cuando está otra persona, lloro cuando estoy a solas. Ahora estoy sola casi todo el tiempo. John se queda muy a menudo en la ciudad porque tiene casos graves y Jennie es buena y me deja en paz cuando se lo pido.
Por eso camino un poco por el jardín o desciendo por el encantador sendero, me siento en el porche bajo las rosas o a menudo me echo aquí arriba sobre la cama.
Empiezo a tenerle cariño a la habitación, a pesar del papel tapiz. O quizá sea por el tapiz.
¡Lo tengo tan presente siempre!
Yazgo en la cama, es enorme e inamovible, me parece que está clavada al suelo; sigo con los ojos el diseño de la pared. Les aseguro que es tan bueno como hacer gimnasia. Digamos que empiezo por el principio, allá abajo en la esquina donde no ha sido tocado y me determino por milésima vez a seguir con los ojos su inútil recorrido, para buscar una especie de solución.
Conozco un poco las leyes del dibujo y me doy cuenta de que esta cosa no ha sido concebida siguiendo las leyes de la radiación, ni de la alternancia, la repetición o la simetría, ni nada que remotamente se le parezca.
Por supuesto que se repite en cada sección, pero no de otra forma.
Si se mira de cierta manera, cada sección es independiente, las curvas florecen y se hinchan siguiendo un estilo «romántico desclasado», como si sufrieran de delirium tremens, se contonean de arriba a abajo y forman columnas aisladas de fatuidad.
Pero si se observa desde otro ángulo, se conectan entre sí de forma diagonal y los contornos derramados huyen como olas oblicuas que causan horror cuando se observan, y se revuelcan como un montón de algas marinas que alguien persiguiese.
La cosa corre también horizontalmente, o por lo menos así me lo parece, por lo que me fatigo enormemente cuando trato de descubrir cuál es la dirección que toma.
Han colocado una sección de manera horizontal a modo de friso, lo cual aumenta aún más la confusión.
En cierto ángulo del cuarto hay un fragmento casi intacto y cuando las luces que lo iluminan disminuyen su intensidad y el sol poniente cae sobre él puedo imaginar una radiación después de todo: los interminables grotescos parecen formarse alrededor de un centro común y se precipitan en picada con el mismo frenesí.
Me cansa observarlo. Creo que dormiré una siesta.
***
No sé por qué tengo que escribir esto.
No quiero.
No me siento capaz.
Y sé que John lo considerará absurdo. Pero debo decir de alguna manera lo que siento y pienso, ¡me causa tanto alivio!
Pero el esfuerzo empieza a ser mayor que el alivio.
La mitad del tiempo siento una enorme pereza y me quedo acostada cada vez más largo rato.
John dice que no debo perder mis fuerzas y me da aceite de bacalao, muchos tónicos y otras cosas más, y eso sin tomar en cuenta la cerveza, el vino y la carne medio cruda.
¡Querido John!, me ama tanto y odia tanto verme enferma. El otro día traté de entablar una conversación razonable con él y decirle cuánto necesito que me deje ir a visitar a mi primo Henry y a Julia.
Pero me aseguró que no podía hacerlo, y que no lo aguantaría cuando estuviese allí y no logré convencerlo porque empecé a llorar antes de exponer mis argumentos.
Me está costando un gran esfuerzo pensar correctamente. Me imagino que es a causa de esta debilidad nerviosa.
Y mi querido John me cargó en sus brazos y me subió por las escaleras, me echó sobre la cama, se sentó a mi lado y me leyó en voz alta hasta que me dolió la cabeza.
Me dijo que yo era su amor y su consuelo, lo único que tenía y que yo debía ocuparme de mi salud y ponerme bien por él.
Dice que soy la única que puede ayudarme a salir de este problema, que debo tener más voluntad y ejercer mi autocontrol para evitar que fantasías estúpidas me dominen.
Estoy tranquila porque el bebé está bien y feliz y no tiene que dormir en este cuarto con su espantoso papel tapiz.
Si nosotros no lo hubiésemos ocupado, ¡ese precioso niño hubiese tenido que dormir aquí! ¡Qué suerte! Por nada del mundo hubiese permitido que un hijo mío, un pequeño ser impresionable viviese en un cuarto como este.
Nunca antes lo había pensado, pero creo que ha sido buena suerte que John me haya puesto aquí después de todo, yo puedo soportarlo mejor que un bebé, ¿no es cierto?
Por supuesto que ya no hablo de ello. Me he vuelto astuta, aunque siempre tengo que estar alerta.
Hay cosas en el tapiz que sólo yo conozco y que nadie más conocerá.
Cada vez son más visibles los tonos más opacos que se encuentran detrás del tramado principal.
Tienen la misma forma pero es más abundante.
Es como si una mujer se inclinase y se arrastrase furtivamente detrás del tramado. No me gusta nada. Me pregunto —empiezo a pensar— ¡si no preferiría que John me sacase de aquí!
***
Es muy difícil hablar con John sobre mi caso, porque es muy sabio y porque me quiere mucho.
Pero traté de hacerlo anoche.
Había luna llena. La luna brilla y lo ilumina todo como si fuera el sol.
En ocasiones me da miedo verla, se arrastra lentamente y se desliza de una ventana hacia la otra.
John estaba dormido y no quise despertarlo, me mantuve quieta y observé el claro de luna y sus efectos sobre el tapiz ondulante hasta que me produjo terror.
Parecía como si la tenue figura que vive detrás sacudiese el tramado como si quisiera escapar.
Me levanté sigilosamente y me acerqué a observar si en verdad el tapiz se movía; y cuando regresé a la cama advertí que John estaba despierto.
«¿Qué te pasa pequeña? —me preguntó—, no andes caminando por la habitación, te vas a resfriar».
Creí llegado el momento oportuno para hablar con él y le dije que en verdad no estaba mejorando allí y que deseaba que me sacase de ese lugar.
«Pero, querida —contestó—, nuestro contrato se termina en tres semanas y no veo cómo nos podemos ir antes».
«No se ha concluido la reparación de nuestra casa y yo no puedo irme de la ciudad ahora. Por supuesto que si estuvieras en peligro lo querría y lo haría de inmediato, pero en verdad ya estás mejor, querida, aunque no te hayas dado cuenta. Soy médico, mi vida, y lo sé bien. Estás más robusta y tienes mejor color, tu apetito ha mejorado y me siento mucho más tranquilo respecto a ti».
«No he aumentado ni un solo gramo —contesté—, y tampoco ha mejorado mi apetito, quizá coma mejor en la noche cuando estás aquí, pero me siento peor en las mañanas cuando ya te has ido».
«¡Mi pequeña adorada —dijo, abrazándome fuerte—, ella estará tan enferma como le plazca, pero ahora tratemos de aprovechar las horas dichosas para dormir y hablemos de ello mañana!».
«¿Y no te irás?», le pregunté con melancolía.
«¿Cómo podría hacerlo, querida mía? Sólo faltan tres semanas, y entonces nos iremos de viaje, un viaje corto y agradable, mientras Jennie arregla la casa. Te aseguro, querida, que te ves mucho mejor».
«Quizá me vea mejor físicamente…», pero no pude continuar porque me dirigió una mirada tan severa y tan cargada de reproche que ya no pude pronunciar una sola palabra más.
«¡Te ruego, querida mía —me dijo—, te ruego por mi salud, por la de nuestro niño, así como por la tuya, que no dejes que ni por un instante esas ideas se apoderen de tu mente! No existe nada tan peligroso ni tan fascinante para un temperamento como el tuyo. Es una fantasía absurda y necia. ¿No me puedes tener confianza, a mí que soy médico?».
Por supuesto que no dije nada más y pronto nos dispusimos a dormir. Él pensó que yo estaba dormida, pero no lo estaba, permanecí acostada, tratando de decidir durante horas si los tramados delantero y trasero del tapiz se estaban moviendo aislados o de manera conjunta.
***
Durante el día, este tramado no tiene continuidad, desafía todas las leyes, lo que para una gente normal produce una constante irritación.
El color es de por sí bastante horrendo, muy poco confiable y bastante irritante, pero el tramado es lo que más me tortura.
Crees entonces que lo has domeñado, pero cuando uno logra seguirlo desde abajo da de repente una maroma y ahí estamos. Te da una bofetada en la cara, te derriba y te pisotea. Es una verdadera pesadilla. El tramado exterior es como un arabesco florido que te recuerda a los hongos. Como si uno pudiera imaginar una interminable hilera de hongos venenosos floreciendo y brotando en eterna circunvolución. Sí, es a veces como eso.
Es decir, a veces.
Este tapiz tiene un rasgo muy marcado, algo que sólo yo parezco advertir: es decir, muda de color cuando cambia la luz.
Cuando entran los rayos del sol por la ventana que da hacia el oriente —siempre observo ese primer rayo largo y recto— cambia tan vertiginosamente que apenas puedo creerlo.
Por eso lo vigilo siempre.
Durante el claro de luna —la luna brilla toda la noche cuando hay luna— no podría asegurar que se trata del mismo tapiz.
¡Durante la noche y bajo cualquier tipo de luz, al atardecer, o a la luz de una vela o la de una lámpara, y aún peor a la luz de la luna, se convierte en barrotes! Me refiero al tramado exterior y entonces aparece plenamente la mujer que está detrás.
Durante largo tiempo no pude precisar de qué se trataba, qué era aquella forma que aparecía detrás —esa desvaída subtrama— pero ahora casi puedo asegurar que se trata de una mujer.
Durante el día es muy tenue y permanece quieta. Supongo que es el tramado lo que la mantiene inmóvil. Es un enigma. También yo permanezco quieta durante horas.
Estoy casi todo el tiempo en la cama. John dice que es lo mejor que puedo hacer y que debo tratar de dormir lo más que pueda.
En realidad, él es el culpable de que tenga ese hábito, empezó exigiéndome que durmiera una siesta después de cada comida.
Es una mala costumbre, porque, ¿ven ustedes?, en verdad nunca logro dormir.
Y eso engendra el engaño, pero no les digo a ellos que estoy despierta. ¡No, eso no!
La verdad es que empiezo a tenerle miedo a John.
Se comporta de manera muy extraña, a veces, y hasta Jennie me mira de manera inexplicable.
De repente pienso —es solamente una hipótesis científica— ¡que quizá sea culpa del tapiz!
He observado a John cuando no se da cuenta de ello, entro al cuarto de repente con las excusas más simples y lo he descubierto varias veces ¡mirando el tapiz! Y en una ocasión también vi que Jennie lo estaba tocando.
No había advertido que me encontraba en la habitación, y cuando le pregunté con una voz muy suave, de la manera más cuidadosa posible, lo que hacía con el tapiz, se dio vuelta como si la hubiese descubierto robando y muy enojada me preguntó que ¡por qué la asustaba así!
Me dijo luego que el papel manchaba y que había detectado manchas amarillas en mi ropa y en la de John y ¡me rogaba que fuera más cuidadosa!
¿A poco no suena inocente? Pero yo sé bien que estudiaba el tramado y estoy decidida a impedir que los demás descubran lo que yo he descubierto.
***
La vida es ahora mucho más excitante de lo que era antes. Tengo más qué esperar, algo qué vigilar, un objetivo. Como mucho mejor y me siento más tranquila.
John está feliz de verme tan mejorada. El otro día estuvo muy contento, rió de buena gana y me dijo que me veía floreciente a pesar de mi tapiz amarillo.
Yo también reí para despistarlo. No tengo intención alguna de decirle que estoy mejor a causa del tapiz: se burlaría de mí. Y hasta querría sacarme de aquí.
No quiero irme ahora que lo he descubierto. Tengo todavía una semana y creo que será suficiente.
***
¡Me estoy sintiendo mucho mejor! No duermo mucho durante la noche porque es muy interesante observar cómo se desarrollan las cosas, pero duermo bastante durante el día.
Aunque también durante el día es fatigoso y desconcertante.
Surgen nuevos brotes en los hongos y nuevos matices de amarillo por todas partes. No puedo contarlos, aunque lo he intentado a conciencia.
¡Ese papel tiene el color amarillo más extraño que haya visto! Me hace pensar en todas las cosas amarillas que he visto en mi vida, no bellas como las copas de oro, más bien cosas amarillas, asquerosas y malas.
Pero hay algo más acerca del tapiz: ¡el olor! Lo sentí desde que entré por vez primera en la habitación, pero con tanto aire y sol no era tan malo. Esta semana hemos tenido en cambio niebla y lluvia y a pesar de que las ventanas estén abiertas o cerradas el olor nunca desaparece.
Se arrastra por la casa.
Lo sentí avanzando hacia el comedor, merodeando por la sala, se esconde en el pasillo y me espera adormecido en las escaleras.
Se trepa por mi pelo.
Incluso, cuando salgo a montar, vuelvo la cabeza de repente y lo sorprendo, ¡allí está el olor!
¡Qué olor tan peculiar! Me he pasado horas enteras tratando de analizarlo, tratando de descubrir a qué huele.
Al principio no es muy malo, es muy tenue y, sin embargo, es el olor más sutil y persistente que haya conocido jamás.
En este clima húmedo es horroroso, me despierto a medianoche y allí está flotando sobre mí.
Al principio me perturbaba y hasta empecé a pensar seriamente en quemar la casa para acabar con el olor.
Pero ya empiezo a acostumbrarme. ¡Con lo único que puedo compararlo es con el color del tapiz. Un olor amarillo!
Hay una marca muy curiosa en la pared, muy abajo, cerca del zoclo. Una raya que circula alrededor del cuarto y se esconde detrás de todos los muebles, excepto la cama, una raya larga, recta y regular que ensucia la pared como si la hubiesen raspado miles de veces.
Me pregunto quién la habrá hecho y cuándo y por qué la hicieron. ¡Da vueltas y vueltas y vueltas y más vueltas y me marea!
***
Por fin he descubierto realmente algo.
Vigilando diariamente durante las noches, cuando el tapiz cambia, por fin lo he descifrado.
El tramado de enfrente se mueve y ¡no me sorprende! ¡La mujer que está detrás de él lo sacude!
A veces pienso que hay muchas mujeres detrás y a veces que hay sólo una que se arrastra rápidamente y su movimiento hace temblar al tapiz en toda su superficie.
Luego, en las partes brillantes se queda quieta y en las partes muy sombreadas se apodera solamente de los barrotes y los sacude con fuerza.
Y siempre está tratando de atravesar el tramado, pero nadie es capaz de atravesarlo, porque sofoca mucho; pienso que es por eso que tiene tantas cabezas. ¡Lo atraviesan y el tramado las ahoga y las pone al revés obligándolas a poner los ojos en blanco!
Si esas cabezas estuviesen cubiertas o desprendidas las cosas no serían tan malas.
***
¡Me parece que la mujer sale de día!
Y les diré por qué, así en secreto, ¡porque la he visto!
¡La puedo ver afuera desde cada una de mis ventanas!
Es la misma mujer, lo sé bien, porque siempre entra sigilosamente y la mayoría de las mujeres no se arrastra durante el día.
La veo en ese sendero muy sombreado, arrastrándose hacia arriba y hacia abajo. La veo también en las oscuras pérgolas cubiertas de vides, arrastrándose por todo el jardín.
La veo igualmente en el largo sendero bajo los árboles, arrastrándose, y cuando pasa un carruaje se esconde debajo de las zarzamoras. No la culpo en absoluto. Debe ser muy humillante que la descubran a uno arrastrándose durante el día.
Yo siempre me encierro cuando me arrastro de día. No puedo hacerlo de noche porque sé que John sospecharía algo, de inmediato.
Y John se comporta ahora de una forma tan rara que prefiero no irritarlo. ¡Y me gustaría que se fuese a dormir a otra habitación! Además, quiero ser la única en poder arrancar a la mujer del tapiz durante las noches.
Me pregunto si sería posible verla simultáneamente desde todas las ventanas.
Pero, por más que me dé vuelta rápidamente, sólo alcanzo a verla desde una sola de ellas.
Y aunque siempre la veo, ella es capaz de arrastrarse mucho más rápidamente de lo que yo soy capaz de darme vuelta.
A veces la he mirado, allá a lo lejos, en pleno campo, arrastrándose tan rápido como la sombra de una nube en la tormenta.
***
¡Si tan sólo pudiese arrancar el tramado superior y separarlo del de abajo! Pienso hacerlo, poco a poco.
He descubierto otra cosa curiosa, ¡pero no lo diré ahora! No hay que confiar demasiado en la gente.
Tengo solamente dos días más para arrancar totalmente el papel y creo que John ha empezado a notarlo. No me gusta cómo me mira.
Le he oído preguntarle a Jennie varias cosas técnicas acerca de mí, pero ella le ha dado muy buenos informes.
Dice que he dormido mucho durante el día.
John sabe que no duermo bien durante las noches, ¡a pesar de que trato de no moverme!
Me ha hecho todo tipo de preguntas y finge que me quiere mucho y que es muy bueno.
¡Como si no pudiera ver lo qué piensa!
Con todo, no me sorprende que actúe así, habiendo dormido cerca de este papel tapiz durante tres meses.
El tapiz sólo me interesa a mí, pero creo que John y Jennie han sido afectados secretamente por él.
***
¡Bravo! Hoy es el último día que estamos aquí, pero me basta. John pasará esta noche en la ciudad y no regresará hasta la tarde.
Jennie quiso dormir conmigo, ¡la muy pérfida! Pero alegué que sin duda dormiría mejor sola esta noche.
Fue inteligente de mi parte, ¡porque en realidad no estuve sola ni un momento! Tan pronto como brilló la luna y la pobre infeliz empezó a arrastrarse y a sacudir el tramado me precipité a ayudarla.
Yo arrancaba y ella sacudía. Yo sacudía y ella arrancaba y antes de que amaneciera ya habíamos quitado muchos metros de ese papel tapiz.
Una franja a la altura de mi cabeza y la mitad alrededor del cuarto.
Y cuando amaneció y el horroroso tramado empezó a reírse de mí, ¡declaré que hoy mismo terminaría de arrancarlo!
Nos vamos mañana y están de nuevo mudando todos mis muebles para abajo y dejando las cosas en su lugar como estaban antes.
Jennie miró con asombro la pared, pero le expliqué alegremente que lo hice de puro despecho contra el siniestro tapiz.
Se rio y me dijo que a ella también le hubiera gustado destruirlo pero que tratara de no fatigarme.
¡Pero se ha traicionado por completo!
Aquí estoy y nadie, con excepción mía, puede tocar el tapiz. ¡Ninguna persona viva!
Trató de sacarme del cuarto: ¡era evidente! Pero le expliqué que todo estaba muy tranquilo, ya tan vacío y tan limpio que creía que debía acostarme de nuevo y dormir lo más que pudiese; le rogué que no me llamase para comer: yo le avisaría en cuanto estuviese despierta.
Ahora ya se ha ido y los criados también y ya no hay cosas y el cuarto está vacío, con excepción de la enorme cama que está clavada al suelo y cubierta con el colchón de lona que tenía cuando llegamos.
Esta noche dormiremos abajo y mañana tomaremos el barco para regresar a casa.
Me siento muy feliz en este cuarto, ahora que está vacío.
¡Cómo lo destruyeron esos niños!
¡La cama está roída! Debo empezar a trabajar.
Me encerré con llave y la arroje por la ventana cerca de la entrada.
No quiero salir, y tampoco quiero que nadie entre hasta que John llegue.
Quiero sorprenderlo.
Tengo conmigo una cuerda que ni la misma Jennie pudo descubrir. Si la mujer sale del tapiz y trata de escapar la amarraré con ella.
¡Pero me olvidé de que no puedo llegar muy lejos sin tener en qué apoyarme!
¡Y esta cama no se mueve!
Traté de empujarla y levantarla, hasta que casi quedé inválida. Luego me enojé tanto que mordí un pedacito de la cama en una esquina, pero me dañé los dientes.
Quité después todo el papel que pude alcanzar parada sobre el piso: ¡está muy adherido y el tramado parece disfrutarlo! ¡Allí están todas esas cabezas estranguladas, esos ojos saltones y las excrecencias fuliginosas que se contonean y aúllan de despecho!
Me estoy enfureciendo tanto como para hacer algo desesperado. Saltar por la ventana sería un magnífico ejercicio, pero los barrotes son muy sólidos y sería inútil intentarlo.
Además, no lo haría, por supuesto que no. Sé que un acto de ese tipo parecería algo impropio y podría malinterpretarse.
No me gusta ni siquiera asomarme a las ventanas, hay muchas de esas mujeres que se arrastran y lo hacen muy rápidamente.
Me pregunto si todas habrán salido del papel tapiz como yo misma.
Pero ahora estoy bien amarrada con esta cuerda que oculté con tal perfección: ¡nadie podrá sacarme a la carretera!
Me imagino que cuando llegue la noche tendré que regresar al diseño posterior, pero ¡es difícil!
¡Es tan divertido andar por esta enorme habitación y arrastrarme como me plazca!
No quiero ir allá fuera. No lo haré, aunque Jennie me lo pida.
Porque allá fuera hay que arrastrarse sobre el terreno y todo está verde y no amarillo.
Aquí puedo arrastrarme suavemente por el piso y mi hombro se acopla exactamente a la extensa mancha que rodea la pared y no puedo extraviarme.
¡Ay, pero John ya está en la puerta!
¡No te sirve de nada, mi jovenzuelo, no puedes abrirla!
¡Cómo toca! ¡Cómo llama!
Ahora pide que le traigan un hacha.
¡Sería una lástima romper esta bella puerta!
«¡Querido John! —le dije de la manera más gentil—, ¡la llave está junto a las escaleras de la entrada, debajo de unas hojas de plátano!».
Eso lo ha dejado mudo durante un rato.
Luego me dijo, muy suavemente, «Abre la puerta, querida». «No puedo —contesté—, ¡la llave está cerca de la puerta de la entrada, debajo de la hoja del plátano!».
Y se lo repetí varias veces, suave y gentilmente, y se lo dije tantas veces que tuvo que bajar y buscarla y por supuesto que encontró la llave y pudo entrar. Se paró asustado junto a la puerta.
«Pero ¿qué pasa aquí? —gritó—, ¡por Dios, qué estás haciendo!».
No le hice ningún caso, seguí arrastrándome de la misma manera que antes, pero lo miré por encima del hombro.
«¡Por fin he podido salir, a pesar tuyo y de Jennie, he arrancado casi todo el tapiz, por lo que no podrás encerrarme de nuevo, allí dentro!».
¿Pero por qué se habrá desmayado el hombre? Pero, se desmayó. Y ha caído exactamente por donde tengo que pasar, cerca de la pared. ¡He tenido que arrastrarme por encima de su cuerpo!
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