lunes, 10 de junio de 2019

Espera furiosa, floreciendo, de Dave Eggers


Es madre soltera y el único hombre que le interesa es su hijo, que tiene quince años y no ha llamado. Son las dos y treinta y tres minutos de la madrugada y no ha telefoneado desde las cinco y cuarenta de la tarde, cuando avisó de que cenaría fuera. Y ahora ella está viendo Elimidate, bebiendo vino tinto con un chorrito de ginebra e imaginándose que golpea a su único hijo con un palo de golf. Se imagina cruzándole la cara de una bofetada seca y piensa que el ruido que haría casi compensaría su preocupación, su imposibilidad de conciliar el sueño, los centenares de pensamientos funestos que le han pasado por la cabeza durante las últimas horas. ¿Dónde está su hijo? Ni siquiera sabe dónde pensaba ir ni con quién. Su hijo es un solitario, es un excéntrico. Ella cree que su hijo es de la clase de adolescente que se relaciona con anormales por internet. Y sin embargo, por alguna razón, sabe que su hijo está a salvo, que está bien pero algo le ha impedido telefonear o que ni siquiera se le ha ocurrido llamarla. Quizá el chico está poniendo a prueba sus límites y ella le recordará las consecuencias de semejante desconsideración. Y cuando la madre piensa en lo que le dirá y a qué volumen hablará, experimenta un placer extraño. El placer es similar al que se obtiene de rascar apasionadamente un cuerpo abrumado por la irritación. Abandonarse al acto de rascar, por todas partes y con rabia —lo que ella hizo hace tan solo un mes a causa de una urticaria—, es el placer más profundo que ha conocido. Y ahora, mientras espera a su hijo consciente de lo justa que será su indignación, de lo plenamente justificada que estará cualquier cosa que grite a la cara del irresponsable de su hijo, se descubre aguardando su llegada del modo como el hambriento aguardaría una comida. Asiente con la cabeza. Tamborilea con un bolígrafo en sus labios resecos. Intenta ordenar sus pensamientos, decidir por dónde empezar con el chico. ¿Hasta qué punto deberían ser generales sus críticas? ¿Deberían referirse de modo específico solo a esta noche o debería ser esta la excusa para abordar todos los defectos de su hijo? ¡Cuántas posibilidades! Tendrá permiso para llegar a donde quiera, para decir cualquier cosa. Se sirve más ginebra en el vaso de merlot y cuando alza la vista, a las dos y cuarenta y siete, los faros del coche del hijo se dibujan en la ventana delantera. Esto va a ser divino, piensa. Va a ser estupendo. Será fantástico, maravilloso; rascará y rascará y florecerá. Corre hacia la puerta. No puede esperar a que empiece.

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